Dos decálogos de la lectura



1. EL DERECHO A NO LEER.


En el fondo, el deber de educar consiste, al enseñar a los niños a leer (...), en darles los medios de juzgar libremente si sienten o no la "necesidad de los libros". Porque si bien se puede admitir perfectamente que un individuo rechace la lectura, es intolerable que sea -o se crea- rechazado por ella.
Es inmensamente triste, una soledad en la soledad, ser excluído de los libros..., incluso de aquellos de los que se puede prescindir.


2. EL DERECHO A SALTARSE LAS PÁGINAS.

Si tienen ganas de leer Moby Dick, pero se desaniman ante las disquisiciones de Melville sobre el material y las técnicas de la caza de la ballena, no es preciso que renuncien a su lectura sino que se las salten, que salten por encima de esas páginas y persigan a Achab sin preocuparse del resto (...).
Un gran peligro les acecha si no deciden por sí mismos lo que está a su alcance saltándose las páginas que elijan: otros lo harán en su lugar. Se apoderarán de las grandes tijeras de la imbecilidad y cortarán todo lo que consideren demasiado "difícil" para ellos.


3. EL DERECHO A NO TERMINAR UN LIBRO.

Hay treinta y seis mil motivos para abandonar una novela antes del final (...). ¿El libro se nos cae de las manos? Que se caiga.


4. EL DERECHO A RELEER.

Releer lo que me había ahuyentado una primera vez, releer sin saltarme un párrafo, releer desde otro ángulo, releer por comprobación, sí... nos concedemos todos estos derechos.


5. EL DERECHO A LEER CUALQUIER COSA.

Así pues, hay "buenas" y "malas" novelas.
Las más de las veces comenzamos a tropezarnos en nuestro camino con las segundas.
Y, caramba, tengo la sensación de haberlo pasado "formidablemente bien" cuando me tocó pasar por ellas. Tuve mucha suerte: nadie se burló de mí, ni pusieron los ojos en blanco, ni me trataron de cretino. Se limitaron a colocar a mi paso algunas "buenas" novelas cuidándose muy bien de prohibirme las demás.


6. EL DERECHO AL BOVARISMO (enfermedad de transmisión textual).

Eso es, grosso modo, el bovarismo, la satisfacción inmediata y exclusiva de nuestras sensaciones: la imaginación brota, los nervios se agitan, el corazón se acelera, la adrenalina sube, se producen identificaciones por doquier, y el cerebro confunde (momentáneamente) lo cotidiano con lo novelesco.
Es nuestro primer estado colectivo de lector.
Delicioso.


7. EL DERECHO A LEER EN CUALQUIER LUGAR.

El viejo Clemenceau (...) daba gracias a un estreñimiento crónico, sin el cual, afirmaba, jamás habría tenido la dicha de leer las Memorias de Saint-Simon.


8. EL DERECHO A HOJEAR.

Es la autorización que nos concedemos para coger cualquier volumen de nuestra biblioteca, abrirlo por cualquier lugar y sumirnos en él un momento porque sólo disponemos precisamente de ese momento.


9. EL DERECHO A LEER EN VOZ ALTA.

Extraña desaparición la de la lectura en voz alta. ¿Qué habría pensado de esto Dostoyevski? ¿Y Flaubert? ¿Ya no tenemos derecho a meternos las palabras en la boca antes de clavárnoslas en la cabeza?

 
10. EL DERECHO A CALLARNOS.


Nuestras razones para leer son tan extrañas como nuestras razones para vivir. Y nadie tiene poderes para pedirnos cuentas sobre esa intimidad.



Daniel Pennac: Como una novela. Barcelona: Anagrama, 1993, pp. 143-169 (extractos).



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DE ROBINSON CRUSOE 

A PETER PAN


VICENÇ PAGÈS JORDÀ



1. ES PREFERIBLE NO LEER CUALQUIER COSA

Durante siglos se dio por sentado que durante el período de formación había lecturas adecuadas e inadecuadas.
La suposición de que toda lectura resulta positiva per se es muy reciente y, si nos detenemos a considerarla, propia de analfabetos; como si determinados libros no fueran menos recomendables que determinadas películas.
Las lecturas tendrían que elegirse a partir de criterios claros, criterios que, en el ámbito de la lengua y la literatura, sólo pueden ser los de la calidad lingüística y literaria.



2. ES PREFERIBLE NO ELEGIR LOS LIBROS POR SU MENSAJE.

En los últimos años se ha puesto de moda leer libros sobre los grandes temas que supuestamente preocupan a la sociedad.
Así, el libro de lectura se ha convertido en un apéndice de la vertiente más presentista de las ciencias sociales: la inmigración, el racismo, las desigualdades. Lo denominan realismo crítico.
¿Hace falta repetir que un libro no es bueno ni malo por el tema que trata?


3. ES PREFERIBLE NO OBLIGAR A LEER COPIAS DESLUCIDAS DE ORIGINALES DESLUMBRANTES.

Resulta sorprendente hasta qué punto los clásicos juveniles son desconocidos por los jóvenes. En su mayoría no han leído Pinocho ni La máquina del tiempo ni Los tres mosqueteros, pero acceden regularmente a todo tipo de secuelas grises y empobrecedoras.
Son legión los convencidos de que los tres mosqueteros eran tres perros, de que el acompañante de Phileas Fogg era un experto en artes marciales, de que Tom Sawyer es un dibujo animado o de que una rubia despampanante tiene cierto papel en Las minas del rey Salomón.


4. ES PREFERIBLE NO LEER CUALQUIER TRADUCCIÓN.

Si la lengua evoluciona, las traducciones no pueden quedarse atrás. Proporcionar a un adolescente una traducción obsoleta, con construcciones lingüísticas arcaicas, es asegurarse el fracaso de la lectura.



5. ES PREFERIBLE NO OBLIGAR A HACER TRABAJOS.

Desde su más tierna infancia los niños relacionan los libros con los trabajos que les obligan a hacer sus educadores. No es de extrañar que, cuando tengan un rato libre, dediquen sus energías a ocupaciones más relajantes.


6. ES PREFERIBLE NO ABUSAR DEL CONTEXTO.

Si a partir de la lectura se entiende, pongamos por caso, la estructura del clan en las tribus zulúes, ¿por qué hace falta explicarla? Y si no se entiende, ¿seguro que hace falta conocerla?


7. ES PREFERIBLE NO IMPONER INTERPRETACIONES.

La interpretación es patrimonio del lector.


8. ES PREFERIBLE NO REPETIR LECTURAS.

La peor situación posible es la del niño que ha leído un libro por placer y en el aula se ve obligado a "trabajarlo". En cualquier caso, padres y profesores deberían asegurarse de que, antes de la edad adulta, todos los ciudadanos hayan tenido acceso a cuatro joyas indispensables: Las aventuras de Mowgli, La isla del tesoro, Peter Pan y Huckleberry Finn.


9. ES PREFERIBLE NO DEJAR AL LECTOR SOLO CON EL LIBRO.

Un libro es como una persona: hay que presentarlo y acercarse a él poco a poco, sin brusquedades.


10. ES PREFERIBLE NO FIARSE DE LAS CAMPAÑAS PUBLICITARIAS.

Desde que leer se ha convertido en una obligación vergonzosa, parece más correcto aconsejar la lectura que practicarla.
Reclutar a lectores sin serlo es una labor condenada al fracaso, ya que simular un entusiasmo inexistente es algo reservado a los buenos actores.


Vicenç Pagès Jordà: De Robinson Crusoe a Peter Pan. Un canon de literatura juvenil. Barcelona: Ariel, 2009, pp. 39-50 (extractos).

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